domingo

La escena cultural y la caída del muro/ bonus track

Una nota de Roman Setton sobre la nueva literatura alemana.

Otra nota de Esteban Schmidt sobre la nueva literatura peronista.

sábado

Vivir en la desmesura


Si resumimos en una ficha clínica la existencia de Dick, encontramos sobrados elementos para un diagnóstico psiquiátrico. Abundan los factores esquizofrénicos, como el trauma de la hermana perdida o el prematuro divorcio de los padres. En su vida hubo cinco matrimonios, cuya duración promedio no llega a los cuatro años, y una serie de dos años para la estabilidad de las parejas que construía.


Veinte años tomando anfetaminas en forma casi ininterrumpida, experiencias circunstanciales con alucinógenos, hipertensión crónica, algunas tendencias al alcoholismo, alucinaciones auditivas desde la adolescencia, una crisis confusional, dos intentos de suicidio, un mes de internación psiquiátrica y muchos años de terapia en instituciones públicas: el todo, culminando con una muerte tan prematura como su nacimiento, a los cincuenta y cuatro años.


El más cuteloso de los profesionales que examinara una historia clínica como esta no diría que se trató de una muerte imprevisible, sino de un deterioro progresivo, agravado por tendencias suicidas. Pero le resultaría difícil explicar su prodigiosa creatividad, el sentido del humor con el cual era capaz de mirarse a sí mismo, y su cordialidad, que testimonian todos los que lo conocieron. Resulta casi milagroso que una persona tan enferma haya podido cosntruir una obra tan rica, exorcizando sus propias obsesiones y evitando por años la desorganización mental, sin acabar prematuramente en una institución psiquiática.



Pablo Capanna, Philip K. Dick, 1995




jueves

ligereza, entretenimiento y cierta visualidad


Entrevista a Josefina Ludmer en Perfil a propósito de la reedición de
Onetti:


—También en el prólogo anota que las palabras de los años setenta eran “escritura, significante, producción, revolución, deseo y goce”. ¿Cuáles son las palabras del presente?

J. L —Bueno, no lo pensé, pero te podría decir: entretenimiento. Esa sería una de las primeras. O sea, no aburrimiento, diversión. Y segundo: no densidad. Porque cuando uno dice que una cosa es densa, más bien te la sacás de encima, en cambio en esos años la densidad era un valor. Cierta ligereza en el buen sentido, que yo veo muy encarnada en la literatura de César Aira. Cierta liviandad, aunque después si uno profundiza el análisis no sea tanto así. Pero cierta impresión de liviandad, de fluidez, que en la obra de Roberto Bolaño se ve claro… Ligereza y entretenimiento, esas dos serían las palabras centrales… Ah, y agrego una más: cierta visualidad, que la obra haga ver cosas, que genere imágenes.

—En el ensayo “Contar el cuento” afirma que la fórmula que se puede rastrear en los libros de Onetti es: la llegada de lo insólito, la investigación, el cierre. ¿No es la estructura de los policiales?

J. L —Sí, la estructura de la obra de Onetti es policial. Cuando él narra, en general le da un tinte policial a la historia. Es una cuestión de la forma, y es más bien una insinuación, nunca es un policial directo. Es como un policial atenuado, como una reminiscencia del policial por la investigación, porque la idea de Onetti es que es el narrador el que no sabe. A veces dice: porque no sabemos, narramos. Muchas veces aparece un narrador colectivo en Santa María, que son “los notables”: el médico, el farmacéutico. En Onetti la narración es siempre una búsqueda de saber.



martes

Claude est mort





En la obra de un hombre está la explicación
de ese hombre.



Paul Gauguin













(1908 - 2009)




sábado

Alrededor de una jaula



Sospecha el jabalí que no

es muy conveniente
mostrarse entre los hombres que consagran
el ocio a la matanza de las bestias.

Así calla
el sonido su alimento breve
en la sorda gangrena del
concierto.







Guillermo Saavedra

Zoo

jueves

Manigua



11


Apolon tenía tres semanas de plazo para dar con el animal sagrado. En el camino encontró un papel dorado que a simple vista parecía un billete. Era un pasaje para trasladarse hasta la provincia costera. Caminó hasta la estación y allí esperó dos días hasta que apareció el vehículo, cargado de gente hasta el techo. Preguntó si alguien había visto una vaca. Nadie le contestó. Un niño le mostró un dibujo de un elefante y Apolon se preguntó si otro animal sería aceptado para el sacrificio. Hubiera sido mejor un perro, pero desde que habían iniciado los desplazamientos de los clanes, todos los animales medianos habían muerto en manos de sus cocineros. Según el boleto, se le había asignado un asiento al comprador, cuyo nombre aparecía junto al monto correspondiente por un viaje de ida hasta la capital. Para que lo dejaran subir, Apolon mintió sobre su identidad. El lugar que le había tocado estaba ocupado por una mujer semidesnuda y con lo ojos cerrados. Apolon estiró un brazo para despertarla.






Carlos Ríos

Manigua
, Entropía, 2009.

lunes

La inseguridad es Pro


En la edición del domingo, el diario Perfil publicó un relevamiento sobre el crecimiento patrimonial de 13 funcionarios claves del macrismo, ocho de los cuales son millonarios. Pero lo más provocador del artículo no es que el jefe de Gobierno, Mauricio Macri, haya incrementado su patrimonio en 12 millones de pesos durante el último año (y cuya riqueza asciende a 39 millones), ni que los activos del ministro de Educación, Mariano Nardowsky, hayan subido un 189 % desde que asumió el cargo, ni que Horacio Rodriguez Larreta haya perdido plata (lo que viene a confirmar que además de honesto es un boludo), sino que lo más provocador de la edición digital del artículo es un banner del mismo gobierno denunciado al lado del informe periodístico. La publicidad en cuestión nunca fue tan pertinente como en este caso para acompañar semejante noticia, puesto que en lugar de contrarestar los efectos devastadores de la denuncia, no hace más que confirmar aquello que sospechamos. Mientras que el banner pretende alertar a los ciudadanos porteños sobre la inseguridad en los locales nocturnos, la investigación del diario Perfil aclara quién es el que te roba la guita de noche.



jueves

Cuento chino

LA DISPERSIÓN (EL DESBANDE)

Hwân indica progreso y éxito. El rey acude al templo ancestral, y será bueno cruzar el gran torrente. Será conveniente mantenerse firme y correcto.

VIENTO SOBRE AGUA

1º. Esta línea muestra al
sujeto empeñado en rescatar del mal que se cierne, contando con la ayuda de un corcel fuerte.
Habrá buena fortuna.

2º. Esta línea muestra al
sujeto en medio del desbande, apresurándose en maquinar seguridad.
Desaparecerá todo motivo de arrepentimiento.

3º. Esta línea muestra al sujeto
descartando todo
respeto hacia su persona.
No habrá motivo de arrepentimiento.

4º. Esta línea muestra al sujeto dispersando a los diversos partidos del Estado, lo cual conduce a
formidable fortuna. Del desbande vuelve a obtener buenos hombres, una multitud del tamaño de una colina, lo cual no se le hubiera ocurrido a los hombres comunes.

5. Esta línea muestra al sujeto en medio del desbande, haciendo sus grandes anuncios, a medida que el sudor fluye de su cuerpo. También dispersa las acumulaciones de los graneros reales.
No habrá error.

6º. Esta línea muestra al sujeto disponiendo de las que pueden ser llamadas sus sangrientas heridas, y separándose de sus ansiosos temores.
No habrá error.

……………..


Este exagrama me salió hace más de un año, durante una noche en que consulté (creo que por única vez) ese libro indecodificable que es el I Ching, forzado por una visita pasajera entusiasmada con las profecías del texto. Recuerdo bien ese momento porque luego de la lectura de estas líneas, las dos personas que estaban conmigo esa noche, comenzaron a repetirme hasta el cansancio una sola de todas las frases que allí aparecían y cuya riqueza sólo ahora puedo apreciar. Me decían: “Dale loco que tenés que cruzar el gran torrente.” Y otras vaguedades de ese estilo que acompañaban con una sonrisa un tanto molesta, porque Fede y Caro parecían víctimas felices de una inminente borrachera. Y yo, a las cuatro de la mañana, quería irme a dormir y no sabía cómo echarlos educadamente, ya que me esforzaba por ser un buen anfitrión, aun a esas horas. Así que mientras estos dos inadaptados me boludeaban, apretaba las teclas de un Casiotone tratando de sacar la melodía de una vieja canción. Dije que recordaba todo esto perfectamente, sin embargo no recordaba que gran parte de las cosas que se afirmaban en ese enigmático oráculo iban a determinar los hechos que sucedieron meses después de un modo totalmente contrario a la promesa de “éxito y progreso” que están en la primera línea. Es dificil saber qué clase de operación hermenéutica es la adecuada para interpretar los comentario a los exagramas del I Ching, pero incluso prescindiendo de ese detalle, nada nos impide pensar que la frase fundamental del texto no es aquella que refiere a cruzar el gran torrente, sino aquella que reza: “el sujeto en medio del desbande, apresurándose a maquinar seguridad”. (Lo que viene a confirmar, por otra parte, el título del apartado). Es notable el uso del verbo “maquinar”, puesto que, ante la imposibilidad de rescatarme del mal que se cernía, «maquinar» he maquinado mucho, sobre todo, en los meses antes de la dispersión definitiva a la que no me pude sustraer, posiblemente, porque nunca logré maquinar una solución que no fuera la de "los hombre comunes" ni mucho menos conseguir un “corcel fuerte”.


martes

La música de lo incierto



La nada no ocupa mi pensamiento sino mi vida, me decía, hace unos días, en una carta, Pichón Garay. Durante las horas del día no le dedico el más mínimo pensamiento; y mis noches se llenan de sueños carnales. Ha de ser porque la nada es una certidumbre, y hay una raza de hombres a la que debo, presumiblemente, pertenecer, que no baila más que con la música de lo incierto.



Juan José Saer
“En el extranjero”


reflejo

lunes

Nota al pie



"Toda mujer, Yola, quiere la exclusividad de un amigo que nunca vaya a amarla como mujer y de un hombre que nunca la trate como amiga. Yo, sinceramente, lo lamento por todos nosotros."



Marcelo Cohen
El testamento de O´Jaral



Aproximación al liberalismo (de un idiota)



Según nos cuenta, desde hace un tiempo ya no sale con la frecuencia que él quisiera. Sus excursiones nocturnas de fin de semana se fueron reduciendo como el buen gusto de un peluquero bonaerense. Pero cada dos meses abandona el ascetismo y se concede una salida: va a recitales minúsculos o participa de alguna fiesta en calidad de espectador de la mayoría y amigo de unos pocos. Suele beber de más para contrarestar todo lo que no tomó anteriormente, ya que alguien dijo alguna vez que sobrelleva los niveles de alcohol en sangre con cierta elegancia. Entonces él se alegra (sonrisa desencajada en el rostro) cuando la gente ignora, o simula ignorar, sus imperceptibles borracheras mientras habla. Tiene la sana costumbre de aceptar, luego de una breve valoración de los efectos, casi todas las drogas que le convidan. Razón por la que más de una vez tuvo que irse, hecho un trapo, sin saludar a sus amistades. El viernes pasado emprendió esa suerte de placer turístico que se desarrolló en un salón majestuoso de la calle Sarmiento, donde se encontró con sus adorables chichis. Aportaron su encanto, a tono con la moda y el amor cortés, las infaltables M, C, S, y M+ (“luz de mis ojos, fuego de mis entrañas, vida mía” pensó él, recordando a Nabokov). Como siempre, S vino acompañada por E, que es el tucumano más hipe de toda la Argentina: amigo, músico, hacedor de canciones bellas, y a quien saludó con un abrazo sospechosamente cariñoso. El grupo, compuesto en su mayoría por esos bellos exponentes femeninos de las provincias argentinas, (C, puntana; M, tucumana y M+ de algún pueblito del interior), quedó finalmente consolidado cerquita del escenario y con apenas dos hombres para cuidar ese rebaño de ángeles. Haciendo movimientos corporales coordinados al compás de la música, él recibía de tanto en tanto una mirada cómplice, un agarrón de hombros acompañado de sonrisa lasciva, algún roce deliberado con las tetas de sus vecinas, de modo que llegó a pensar que esa noche, tal vez, podía tener la suerte de recibir una muestra de amor más candorosa que esos superficiales acercamientos. M+ se había quitado el abrigo y lucía con nobleza y desparpajo las delicias de su increible anatomía; M desaparecía repentinamente y al rato volvía adornada con vasos de colores que no convidaba a nadie; C bailaba a su lado y lo miraba desde arriba, porque le llevaba 15 centímetros. La última vez que había visto a C, fue hace dos meses en su cena de despedida: volvía a San Luis, cansada de la vida en Buenos Aires. Por eso él preguntó a C si había vuelto en calidad de visitante o se trataba de un retorno duradero. Ella le dijo que su provincia la había asustado, y ya no quería volver, así que se trataba de un retorno. El puso cara de incredulidad. Ella explicó que los hombres de su edad estaban casados o eran inhallables ahí. Por el contrario en Buenos Aires hay muchos, dijo, y aunque no consiga ninguno, al menos conservo la esperanza de que la ilusión se concrete. Pero en San Luis, ni siquiera puedo vivir con esa esperanza. (Risas). A él le hubiera gustado satisfacer esa ilusión femenina, pero advertía que M+ lo relojeaba distraídamente, así que mientras sonaba Pixies de fondo (“Here comes your man”) él le dijo que tenía pensado viajar a San Luis para buscar mujeres. Ella sonrió y siguió moviendo las caderas al ritmo de la babosa hermafrodita que tenía al lado, ese hombre huidizo que estamos tatando de describir. Como la exponente más bella de la República de Tucumania era una artista de vanguardia, M disimulaba su torpeza para el baile injiriendo pequeñas dosis de alcohol. En cierto momento de la noche se acercó a él algo angustiada y confundida, para susurrar en su oído la siguiente confidencia: Creo que estoy muy borracha. El no pudo más que sonreír a causa de su imborrable acento pronvinciano y sentir aún más ternura hacia ella por ese comentario inocente, ya que la princesa del norte parecía estar exagerando, después de todo no era tanto lo que había tomado. Pero M parecía muy preocupada y él debió actuar como un caballero responsable, sobre todo tratándose de una mujer alcoholizada y ¡con novio! Al rato, M+ hizo aparecer un porro entre sus dedos, confirmando que tenía le monopolio de la magia. «Prendelo», dijo ella, y él cumplió solícitamente su tarea. Hablaron un poco de sus respectivas vidas, los cambios que habían ocurrido desde la última vez que se vieron, y otras boludeces poco importantes en relación a las intenciones que él ocultaba para con ella. Ella comentó que no estaba trabajando y se había convertido al hippismo. “En el sentido de que soy una mantenida” explicó muy oronda. El le preguntó por dos amigos ausentes, a lo que ella respondió que estaban medio desaparecidos porque ahora eran novios. Entonces él pronunció una frase que ella celebró: “La gente se pone medio pelotuda cuando empieza un noviazgo”. Etcétera. Después cayó Ulises, (nombre literario de un peluquero de famosas y manager), quien comunicó la novedad de que estaba musicalizando los poemas de él que más le habían gustado. El poeta se mostró entusiasmado y elogió el emprendimiento. “Cuando quieras te podés venir a un ensayo y si te animás recitás algo” invitó Ulises. Un gesto de alarma recorrió su rostro. “No, no” dijo él. “Yo desafino incluso cuando escribo, imaginate si llego a cantar.” Hacia las cuatro de la mañana, el grupo comenzó a desintregrarse lentamente debido a las ilusiones perdidas de sus componentes. La situación lo desborada y no podía dejar de sentir que los hechos esquivaban sus posibilidades, del mismo modo que la arena se escurre entre los dedos. Nuestro hombrecito parecía confirmar no sólo esa actitud evasiva conocida por todos, sino también comportamientos atávicos conocidos por ellas. Si hay un nombre para aquello que lo define, es esa expresión del liberalismo: laissez faire, laissez passer. Su política era dejar hacer a los otros en el mercado de los afectos y dejar pasar la oferta de oportunidades. Después de todo, en un oscuro lugar de su conciencia, donde casi no abundan las zonas claras, él creía que sólo el mercado de los afectos podía regular el tráfico de las pasiones. Esquivó cuerpos anónimos, caminó por debajo de una escalera y salió a la calle.






domingo

La lluvia en el jardín - Giannuzzi



La lluvia en el jardín
y yo rodeado
de cosas subalternas.
El agua abulta las dalias
allí donde todo es necesario
y yo sin romper el vidrio.
El agua es una exacta realidad
a esta hora de la tarde.
Se aplasta
materialmente, para crear a fondo.
¿De dónde saqué esta mentira
para rechinar los dientes cristal adentro,
prisionero de un orden secundario?
Llueve en mi fisiología,
se inclinan las dalias hinchadas
y nada de eso me sirve. Estoy
fuera del cuadro.



Joaquín Giannuzzi



miércoles

Tres poemas de Florencia Abadi



otro viento



es un accidente disfrutar del miedo

defiendo eso de hamacarnos hasta quedar muy cansados

sin restos de ferocidad



mirar atrás



considero que igual no quedé tan dañada

y mi gota de terror en el mundo

no me está perturbando



conducción



no me entierren sin mi triciclo

sin la niña al volante

de mi muerte

también



Florencia Abadi, Otro jardín, Bajo la luna, 2009.




martes

Lecturas


Me regalaron dos novelas de Bolaño: Amberes y Nocturno de Chile. Empecé por la primera y no tardé en descubrir que mi entrada al universo del autor comenzó con la lectura de una novela experimental, por no decir mala. Su escritura está fechada en 1980, lo que me hace suponer que Bolaño en el ‘80 no era todavía el escritor que iba a ser. El argumento es tan raro que ni siquiera el responsable de la contratapa del libro puede explicarlo con simpleza y, en su imposibilidad, cae en el recurso de la enumeración torpe: “Un policía perdido en la ruta, una pelirroja de la que todos hablan pero nadie ha visto, un vagabundo jorobado que vive en el bosque, un asesinato congelado en la memoria de unos pocos”, etc.
Sin embargo, de las páginas que componen la novela, rescaté una sola frase:

“Un impulso, a costa de los nervios que quedan destrozados en habitaciones baratas, propulsiona la poesía hacia algo que los detectives llaman perfección.”

Nocturno de Chile, en cambio, tiene un estilo que caracteriza la prosa y la reputación del autor. Al igual que las novelas de Thomas Bernhard, la historia consta de un solo párrafo que fluye admirablemente en la voz de su narrador, Sebastián Urrutia Lacroix, mezcla de europeísmo y color local. Este sacerdote y decadente crítico literario repasa, en sus últimas horas de vida, algunos momentos claves de su existencia, en los que se combinan las actividades religiosas y la participación en reuniones literarias con jóvenes poetas. El trasfondo histórico-político de esa experiencia "bipolar" es el surgimiento de Allende, con la amenaza que eso supone para un miembro del Opus Dei, y la posterior instalación de Pinochet en el poder. Tras la llegada de la democracia, el narrador intenta conjurar la culpa de sus protagonistas sin dejar de ahorrarse cierta nostalgia por esos personajes que van muriendo junto con el advenimiento de los cambios sociales.

Continuando con el raid de lecturas, terminé Bajo este sol tremendo, excelente primera novela de Carlos Busqued. Grande fue mi asombro al comprobar que en esta novela como en Nocturno de Chile, hay personajes que secuestran gente en el sótano de su casa. (Entiendo que esta relación no se sostiene por otra cosa más que por el hecho de haber leído una después de otra). Mientras que en la novela del argentino no hay “reflexión moral” -ni de ningún tipo-, en la del chileno hay algo de este orden:

“Yo me hice la siguiente pregunta: ¿por qué nadie, en su momento, dijo nada? La respuesta era sencilla: porque tuvo miedo, porque tuvieron miedo. Yo no tuve miedo. Yo hubiera podido decir algo, pero yo no vi nada, nada supe hasta que fue demasiado tarde. ¿Para qué remover lo que el tiempo piadosamente oculta?”

Ahora sigo con Manigua, de Carlos Ríos, y espero que no haya nada oculto bajo la alfombra.



domingo

Presentación


















Ahí estaremos.

sábado

Un ejercicio - William CArlos Williams



Enfermo como estoy

con la mente confundida
Quiero decir que

sobrellevé este septiembre
hasta aquí
visitando amigos

volviendo a casa
tarde en la noche
vi

a un negro gigantesco
un collar sucio
alrededor de su

enorme cuello
parecía estar
ahogándolo

No supe
si me vio

o no aunque
estaba sentado
directamente

delante mío
cómo
nos escaparemos
de estos tiempos


modernos
y aprenderemos
a respirar otra vez.



William Carlos Williams, en La música del desierto



jueves

Llamen a Moe que Charly está en cualquiera



Puedo ver y decir y sentir:

algo ha cambiado.


Charly García



En “El simulacro”, un cuento de Borges que tiene mucho de fábula, conocemos la historia de un hombre vestido de riguroso luto que, allá por 1952, aparece en un pueblito del Chaco con una obra ambulante. Para la representación fúnebre dispone de una muñeca rubia y una caja de cartón. La escena dura unos minutos, el público se acerca al simulacro del velorio y le dice al hombre enlutado: Mi sentido pésame, General. Frente a esto, el narrador se pregunta:


¿Qué suerte de hombre ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro? La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales.


El relato parece contestar el siguiente interrogante: ¿qué ocurre cuando una vida se desvanece? El narrador nos da una pista: la muerte de Eva es el disparador de la fundación de una “crasa mitología, para el crédulo amor de los arrabales”. Esa muerte hace posible el comienzo del mito en torno a la figura de Eva, y morir constituye el hecho fundamental para convertirse en ícono y leyenda. (Nada más explotado en términos iconográficos que la imagen de Evita por parte el peronismo en cada una de sus variantes.) Ahora bien, la farsa que lleva adelante el personaje que se creía Perón tiene múltiples resonancias, y aquí me interesa comentar sólo una, aquella que hace de esta fábula una historia que se repite una y mil veces no ya con actores de la política, sino con algunos protagonistas del espectáculo local.


¿Qué ocurre cuando un “artista” construye esa mitología (la del rock star, por ejemplo) sin la urgente necesidad de morir a tiempo? ¿Cómo puede alguien sostenerse con elegancia, al menos creativamente, y renunciar a los principios de la anarquía o la transgresión que fueron su sello, luego de coquetear con la muerte y estar condenado a seguir viviendo? Por último, ¿de qué manera responde la figura de Charly García el interrogante acerca de qué ocurre cuando una vida se desvanece en vida? El mismo genio nos da una pista: se vuelve una caricatura, una farsa macabra de sí mismo. ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? Bonus track, ¿Cuánto tiempo le demandará a Charly volver a ser Charly y bajo qué recursos? La respuesta está en la promoción de una vieja canción del antiguo Charly que se difundió como si fuera un tema nuevo del nuevo Charly. Un músico que se plagia a sí mismo, pero a su doble anterior. Esta es la contracara del cuento de Borges. Si en aquella ficción nos encontramos con una persona que simula ser otra: el enlutado que intenta ser Perón; en la realidad que nos ofrece el músico estamos frente a la misma persona que simula ser otra.


Me ahorro el espectáculo de verlo en sus últimos conciertos y confío en la descripción que hacen otros: “García supera todos los límites. Casi no puede cantar y apenas puede moverse. (…) Su cara está inflamada y su mirada ida, pero igual hace cortes de manga —en cámara lenta— como si alguien lo activara desde una consola.”


En este curioso juego de espejos donde una novedad resulta ser, al mismo tiempo, una noticia del pasado, sería reconfortante, incluso maravilloso, que en el devenir de los hechos nuestro rock star del subdesarrollo tenga algo más para decir que no sea simplemente balbucear, implorando la anestesia, say no more. Porque para morir no hace falta más que estar vivo.




martes

Meditaciones perrunas





Mi perro debe ser, si no el único, el primer perro comunista de la historia. Durante sus primeros años, fui el único responsable de su educación doctrinaria, que no estuvo exenta de problemas, ya que debí sobreponerme a la conducta dispersa de un labrador. Grandes esfuerzos he tenido que realizar para combinar sus horas de estudio con los pocos minutos que le dejé para jugar con la pelotita u otras distracciones inútiles. No pasó mucho tiempo hasta que el can, aún cachorro, comenzó a lucir el fruto de mis enseñanzas. Al año sabía la definición del concepto de plusvalía y a los dos años recitaba de memoria algunos pasajes memorables de
El 18 brumario de Luis Bonaparte. Meses después se abocó a la lectura de las obras de Engels y elaboró, fruto del fervor juvenil, anotaciones al márgen, profusas en faltas de ortografía.

Lamento que un detalle de su persona – su nombre- no refleje la naturaleza de sus costumbres. Yo hubiera querido que se llamara “Lenin”, pero mi familia rechazó con argumentos de derecha ese nombre tan singular. Entonces me decidí por un nombre más prosaico, al que llegué luego de largas meditaciones, “Coco”. Pero volvieron a rechazarlo porque a mi madre le recordaba a un familiar lejano y algo estúpido, es cierto, que respondía a ese mismo apodo. Finalmente, el nombre de mi perro comunista fue Roco, y aunque eso no me enorgullece, al menos me motiva que sea el único negro que no se haya pasado al peronismo. Después de todo, he tenido que luchar, no sólo contra la naturaleza misma del animal, sino también contra la ideología de mi propia familia, para que éste no cometiera ese grave error que, tarde o temprano, lamentaría.

Con motivo de mi mudanza a un departamento del centro, la educación del perro quedó en manos de mi madre y, durante esos cinco años, el animal – me refiero al perro- cambió radicalmente los contenidos de su aprendizaje. Empezó a recibir un cariño desmedido, caricias en abundancia, y fue saciado en todos sus caprichos. Mi madre le daba tostaditas con mermelada durante el desayuno, inclusó llegó a probar su primer café con leche que luego se tansformó en costumbre. Lejos quedaron los tiempos en que se declaraba en huelga de hambre porque no le gustaba la comida balnceada, y luchaba por sus derechos perrunos. Ahora se conforma con cualquier menudencia, ravioles, ensaladitas y frutas variadas, más apropiada al paladar humano que al gusto de un perro comunista. Cuando regresé al calor del hogar, a causa de una crisis que no pude afrontar solo, la educación del can a cargo de mi madre había llegado a un nivel de absurdo tan grande que un ser humano acercaba su cabeza a la del perro, y éste le daba besitos en la oreja. Intenté remediar esta grave desviación volviendo su carácter más agresivo. Intercambié la pelotita por un ladrillo y todas las mañanas lo entreno para que le tire piedras a la policía. Debo decir que avanzamos rápidamente ante la cantidad de oportunidades que la realidad nos ofrece.

Por los duros tiempos que corren, es muy común que el animal sonría y mueva la cola en demanda de un hueso o, pero aún, de una galletita, cosa que antes hacía en demanda de un libro de mi biblioteca. Olvidado en su memoria ha quedado el recuerdo de la lectura de panfletos doctrinarios y del Código Civil. Ahora en su cuello lleva un collar –logré que sea de color rojo- y sus movimientos pueden ser sometidos a la voluntad del hombre que lo sujeta, el patrón, con lo que ha perdido no sólo su libertad de movimiento, sino también su libertad de acción.
Valgan estas palabras como prueba de la enorme pena que he tenido que asumir al comprobar ahora que mi perro se parece más a un perro que a otra cosa.



domingo

Fragmento de un diario de infierno



En el espacio de ese minuto que dura la iluminación de una mentira, me fabrico un pensamiento de evasión, me lanzo sobre una falsa pista señalada por mi sangre. Cierro los ojos de mi inteligencia, y dejando hablar en mí lo informulado, me concedo la ilusión de un sistema cuyos términos me escaparían. Pero de este minuto de error me queda el sentimiento de haber arrebatado a lo desconocido algo real. Creo en los conjuros espontáneos. Sobre las rutas por la cuales mi sangre me arrastra no puede ser que un día yo no encuentre una verdad.



Antonin Artaud



sábado

Bin Laden y los supermercados chinos


(diálogos absurdos con el almacenero, donde nos tomamos la libertad de decir cualquier cosa siempre y cuando no haya ningún otro cliente)


El viernes a la noche cruzo al almacén de enfrente para comprar puchos y una cerveza antes de que cierre, a fin de evitarme el camino más largo hasta el superchino que, naturalmente, cierra dos horas más tarde.

El almacén, como de costumbre, está vacío. Me atiende Leo, que está mirando la televisión en la sintonía de CNN, lo que es una novedad ya que en general mira C5N.

- El mundo se va a la mierda- dice.

- Para mí se fue a la mierda hace rato.

- Parece que Estados Unidos va a explotar en cualquier momento- advierte.

- Eso sí que me gustaría verlo.

-…

- No veo la hora de que explote por los aires, literalmente.- digo.

- Nooooooooooo- exclama el almacenero- Eso sí que no, sino estamos en manos de los malos. ¿Como se llama el de barba?

- …

- ¡Bin Laden! – grita- Bin Laden.

Al borde de la desesperación y viendo por qué lado viene la cosa, le digo:

- Leo, Bin Laden no existe. A vos no te hizo nada y a mí tampoco, ni antes ni después de la torres gemelas. Además si vos creés que en Medio Oriente están los malos, estás cayendo en el jueguito de los yanquis, eso de que ellos son los buenos y los malos son los tipos con turbante. Esa no se la cree ni mi abuela, que cree un montón de boludeces. Me extraña, Leo.

- Noooooo – exclama nuevamente- Si Estados Unidos se cae, el mundo queda en mano de los terroristas y todo se va a la mierda. No nos salva nadie si ellos tienen el poder.

- Leo, vos te creés todo lo que dicen el la tele- Me pongo didáctico-. Los que tienen el poder ahora son los yanquis y muy bien no estamos. Además son los únicos que no ocultan su costado imperialista. Tienen un ejército de la puta madre, invaden todos los países que se le cantan las bolas, y matan gente por todos lados. Y es más que evidente que se quieren quedar con el petróleo, porque si no, no tiran ni un petardo en Irak, Afganistan y Pakistán.

-Eso del petróleo es un invento- afirma-. Si ya hay países como Francia y Alemania que están probando con la energía solar, y hay autos que andan así.

- ¿Energía solar? - pregunto.

-Sí- confirma mi almecenero.

- Por cada mil autos a nafta, se producen cien a diesel, y uno a energía solar, Leo.

- No te creas- dice.

- Que yo sepa en Estados Unidos el sol también sale, asi que no habría ningun problema que vendan autos a energía solar. El problema es que a Estados Unidos la energía solar le chupa tres huevos, porque ellos necesitan el petróleo que, obviamente, no tienen. No te olvides que la familia Bush, esos hijos de remilputas, tienen empresas petroleras o vinculadas al petróleo, y saben que la torta está en otro lado, Sri Lanka, si querés, pero no en EE.UU. Por eso invadieron medio oriente cuando estuvieron en el poder.

- Entonces, para vos, si Estados Unidos se va a la mierda definitivamente , ¿quién se queda con la manija del poder?

- Yo qué sé – le digo-. A lo mejor queda en manos de los rusos o de los ingleses o de los chinos… No tengo idea, pero seguro que cualquiera de esos es mejor que los yanquis.

- ¡Los chinos!- exclama.- No, por dios. Si los chinos tienen la manija, llenan el mundo con supermercados. Dejame de joder con los chinos. Estoy fundido por los chinos. Me tienen los huevos al plato los chinos. Para eso me quedo con los yanquis-. Concluye.





jueves

La balada de Bruno S. (1977)


Hay películas que puedo volver a ver una cantidad de veces sin que por eso decaiga el fervor de esa primera vez en que coincidimos y yo fui su espectador. Ya sea por la simpleza de su argumento, la calidad de sus actores o la destreza del director para sumergirme en las imágenes, una vez que estoy frente a esas maravillas del cine (llevado por el zapping y el azar de la programación de los canales de cable) me entrego sin resistencia a lo que ya sé va a depararme esa hora y media que tengo por delante. Esas películas raramente se dan cita en la progresiva decadencia del cable, pero no es imposible que ocurra. Obras como El inquilino (Polanski), El resplandor (Kubrick), Sed de mal (Wells), Taxi driver (Scorsese), Codigo 46 (Winterbottom), La soga (Hitchcock) conforman esa breve filmografía que trae aire fresco (o no tanto) a la televisión paga. El fin de semana pasado, esa sana rareza fue La balada de Bruno S. (Stroszek, en el original) de Werner Herzog.

Uno de los elementos que hace de este film una historia fascinante es la actuación de Bruno Schlierstein en el rol protagónico. Herzog vio a este actor en un documental de 1970, y lo convocó para protagonizar El enigma de Kaspar Hauser (1974), donde interpretó con maestría a un personaje más comlejo que el propio Stroszek. Un breve repaso por su biografía permite comprender por qué su labor resulta perfecta para encarnar personajes extraños, con cierto retraso, mirada esquiva, y reflexiones agudas en medio de la desesperación. Bruno Schlierstein era el hijo de una prostituta que lo golpeaba durante su infancia lo que le dejó una sordera momentánea; y pasó por diferentes reformatorios y hospitales mentales hasta los veinte años. La naturalidad con que desarrolla sus personajes nos hace pensar que Bruno S. no actúa, sino que interpreta la vida de Bruno Schlierstein. Por eso no es casual que Herzog usara en el título del film las iniciales del actor para referirse al personaje, y filmara en la casa del actor las costumbres domésticas del personaje.

La balada de Bruno S. (1977) comienza cuando Bruno sale de la cárcel y se encuentra en un bar con una vieja amiga a quien lleva a vivir a su casa, tratando de mantenerla a salvo de dos matones que la desprecian. Esta decisión origina la violencia de esos dos hombres que encuentran el domicilio de Bruno, y golpean al protagonista y luego a Eva. Una vez que esta situación se hace insoportable, ambos aceptan la propuesta de un vecino de viajar los tres a Estados Unidos, escapando de una forma de violencia física para encontrar otro tipo de crueldad.

Cuando llegan a América, Eva comienza a trabajar en un bar (ella es la única que habla inglés de los tres) pero Bruno y el anciano permanecen desocupados. A pesar de esto, logran comprar una casa que ocuparán por poco tiempo, ya que no podrán pagar las cuotas del crédito y finalmente el Banco remata el inmueble. Eva comienza a prostituirse y decide abandonar a Bruno por un cliente. Empujados por la desesperación de no poder adapatarse a las nuevas condiciones de ese país, Bruno y el anciano llevan adelante un robo con previsibles consecuencias.

Hay dos escenas que permiten comprender aquello que Herzog intenta mostrar con la historia. Una está dada por el momento en que el empleado del banco se presenta en la casa de los protagosnistas para decirles, con una sonrisa en su rostro y una amabilidad decididamente didáctica, que si no pagan las cuotas del préstamo debe llevarse el televisor. Hecho que no se consuma porque Eva desembolsa el dinero que adquirió prostituyéndose. Con la misma actitud se presentará dicho empleado para pedirle a Bruno que firme la orden de remate de su casa. Pero la escena clave del film es cuando Bruno, mostrándole a Eva una escultura sobre cómo se siente, le explica que “están cerrando todas las puertas delante de él y de la manera mas educada posible” a lo que Eva responde que nadie está dándole patadas, y Bruno replica: “No, no físicamente. Aquí lo hacen espiritualmente… Hoy el daño se hace de otra manera. Lo hacen de manera educada y con una sonrisa.”

Este es, a mi entender, el núcleo de la historia, la forma en que los hechos dan cuenta de un tipo de violencia solapada, oculta, que se expresa con la mayor delicadeza posible y que no deja de ser tan efectiva como la violencia física, ante todos aquellos que no comprendan la forma de alcanzar el sueño americano.



Confesiones de un artista de mierda




Debido a su afición a los juegos masculinos, mi hermana siempre empleó palabras de hombres, y cuando se casó por primera vez, lo hizo con un hombre que se ganaba la vida como propietario de una fábrica pequeña de letreros y puertas metálicas. Hasta que le dio un ataque al corazón, fue un tipo duro. Los dos solían subir y bajar por los riscos de Point Reyes, por la zona en la que viven, en el Condado de Marin, y durante un tiempo tuvieron dos caballos árabes en los que cabalgaban. Extrañamente, sufrió el ataque al corazón jugando al badmington, un juego de niños. El pajarito pasó por encima de su cabeza —era un tiro de Fay— y él corrió hacia atrás, tropezó con un agujero de una ardilla y cayó de espaldas. Luego se levantó, soltó unas cuantas maldiciones vehementes cuando vio que su raqueta se había roto por la mitad, se dirigió a la casa para coger otra, y tuvo el ataque al corazón precisamente cuando volvió a salir al patio.

Por supuesto, él y Fay habían estado peleando, como de costumbre, y eso pudo haber tenido algo que ver. Cuando se enfurecía no tenía control sobre el lenguaje que empleaba, y Fay siempre había sido igual, no por emplear sólo palabras soeces, sino por la elección indiscriminada de insultos, que se lanzaban a sus puntos débiles, diciendo cualquier cosa que pudiera hacer daño, fuera o no verdad... en otras palabras, diciendo cualquier cosa, y en voz alta, de modo que sus dos hijas les oyeran con claridad. Incluso en su conversación normal, Charley siempre había sido malhablado, algo que cabe esperar de un hombre que creció en un pueblo de Colorado. Y Fay siempre disfrutó con su lenguaje. Los dos formaban toda una pareja. Recuerdo que un día estábamos los tres en su patio, disfrutando del sol, y yo comenté algo, creo que tenía que ver con el viaje espacial, y Charley me dijo:

—Isidore, sí que eres un artista de mierda.

Fay se rió, porque me dolió mucho. A ella le daba lo mismo que yo fuera su hermano; no le importaba a quién insultaba Charley. La ironía de un patán como ése, de un ignorante barrigudo y bebedor de cerveza del medio-oeste que nunca terminó la escuela secundaria, llamándome un «artista de mierda» se quedó en mi cabeza e hizo que eligiera el título irónico para este trabajo. Puedo ver claramente a todos los Charley Hume del mundo, con sus radios portátiles sintonizadas en los bailes de los Giants, con un cigarro enorme colgando de sus bocas, y esa expresión apagada y vacía en sus gordas y rojas caras... Y son esos patanes los que dirigen este país y sus industrias más importantes, el ejército y la marina, de hecho, todo. Para mí es un misterio eterno. Charley sólo empleaba a siete tipos en su fundición, pero pensad en ello: siete seres humanos que dependían de un granjero como ese para su subsistencia. Un hombre semejante, en una posición en la que pudiera limpiarse la nariz sobre el resto de nosotros, sobre cualquiera que tuviera sensibilidad o talento.



Philip Dick