martes

Lecturas


Me regalaron dos novelas de Bolaño: Amberes y Nocturno de Chile. Empecé por la primera y no tardé en descubrir que mi entrada al universo del autor comenzó con la lectura de una novela experimental, por no decir mala. Su escritura está fechada en 1980, lo que me hace suponer que Bolaño en el ‘80 no era todavía el escritor que iba a ser. El argumento es tan raro que ni siquiera el responsable de la contratapa del libro puede explicarlo con simpleza y, en su imposibilidad, cae en el recurso de la enumeración torpe: “Un policía perdido en la ruta, una pelirroja de la que todos hablan pero nadie ha visto, un vagabundo jorobado que vive en el bosque, un asesinato congelado en la memoria de unos pocos”, etc.
Sin embargo, de las páginas que componen la novela, rescaté una sola frase:

“Un impulso, a costa de los nervios que quedan destrozados en habitaciones baratas, propulsiona la poesía hacia algo que los detectives llaman perfección.”

Nocturno de Chile, en cambio, tiene un estilo que caracteriza la prosa y la reputación del autor. Al igual que las novelas de Thomas Bernhard, la historia consta de un solo párrafo que fluye admirablemente en la voz de su narrador, Sebastián Urrutia Lacroix, mezcla de europeísmo y color local. Este sacerdote y decadente crítico literario repasa, en sus últimas horas de vida, algunos momentos claves de su existencia, en los que se combinan las actividades religiosas y la participación en reuniones literarias con jóvenes poetas. El trasfondo histórico-político de esa experiencia "bipolar" es el surgimiento de Allende, con la amenaza que eso supone para un miembro del Opus Dei, y la posterior instalación de Pinochet en el poder. Tras la llegada de la democracia, el narrador intenta conjurar la culpa de sus protagonistas sin dejar de ahorrarse cierta nostalgia por esos personajes que van muriendo junto con el advenimiento de los cambios sociales.

Continuando con el raid de lecturas, terminé Bajo este sol tremendo, excelente primera novela de Carlos Busqued. Grande fue mi asombro al comprobar que en esta novela como en Nocturno de Chile, hay personajes que secuestran gente en el sótano de su casa. (Entiendo que esta relación no se sostiene por otra cosa más que por el hecho de haber leído una después de otra). Mientras que en la novela del argentino no hay “reflexión moral” -ni de ningún tipo-, en la del chileno hay algo de este orden:

“Yo me hice la siguiente pregunta: ¿por qué nadie, en su momento, dijo nada? La respuesta era sencilla: porque tuvo miedo, porque tuvieron miedo. Yo no tuve miedo. Yo hubiera podido decir algo, pero yo no vi nada, nada supe hasta que fue demasiado tarde. ¿Para qué remover lo que el tiempo piadosamente oculta?”

Ahora sigo con Manigua, de Carlos Ríos, y espero que no haya nada oculto bajo la alfombra.



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