lunes

Aproximación al liberalismo (de un idiota)



Según nos cuenta, desde hace un tiempo ya no sale con la frecuencia que él quisiera. Sus excursiones nocturnas de fin de semana se fueron reduciendo como el buen gusto de un peluquero bonaerense. Pero cada dos meses abandona el ascetismo y se concede una salida: va a recitales minúsculos o participa de alguna fiesta en calidad de espectador de la mayoría y amigo de unos pocos. Suele beber de más para contrarestar todo lo que no tomó anteriormente, ya que alguien dijo alguna vez que sobrelleva los niveles de alcohol en sangre con cierta elegancia. Entonces él se alegra (sonrisa desencajada en el rostro) cuando la gente ignora, o simula ignorar, sus imperceptibles borracheras mientras habla. Tiene la sana costumbre de aceptar, luego de una breve valoración de los efectos, casi todas las drogas que le convidan. Razón por la que más de una vez tuvo que irse, hecho un trapo, sin saludar a sus amistades. El viernes pasado emprendió esa suerte de placer turístico que se desarrolló en un salón majestuoso de la calle Sarmiento, donde se encontró con sus adorables chichis. Aportaron su encanto, a tono con la moda y el amor cortés, las infaltables M, C, S, y M+ (“luz de mis ojos, fuego de mis entrañas, vida mía” pensó él, recordando a Nabokov). Como siempre, S vino acompañada por E, que es el tucumano más hipe de toda la Argentina: amigo, músico, hacedor de canciones bellas, y a quien saludó con un abrazo sospechosamente cariñoso. El grupo, compuesto en su mayoría por esos bellos exponentes femeninos de las provincias argentinas, (C, puntana; M, tucumana y M+ de algún pueblito del interior), quedó finalmente consolidado cerquita del escenario y con apenas dos hombres para cuidar ese rebaño de ángeles. Haciendo movimientos corporales coordinados al compás de la música, él recibía de tanto en tanto una mirada cómplice, un agarrón de hombros acompañado de sonrisa lasciva, algún roce deliberado con las tetas de sus vecinas, de modo que llegó a pensar que esa noche, tal vez, podía tener la suerte de recibir una muestra de amor más candorosa que esos superficiales acercamientos. M+ se había quitado el abrigo y lucía con nobleza y desparpajo las delicias de su increible anatomía; M desaparecía repentinamente y al rato volvía adornada con vasos de colores que no convidaba a nadie; C bailaba a su lado y lo miraba desde arriba, porque le llevaba 15 centímetros. La última vez que había visto a C, fue hace dos meses en su cena de despedida: volvía a San Luis, cansada de la vida en Buenos Aires. Por eso él preguntó a C si había vuelto en calidad de visitante o se trataba de un retorno duradero. Ella le dijo que su provincia la había asustado, y ya no quería volver, así que se trataba de un retorno. El puso cara de incredulidad. Ella explicó que los hombres de su edad estaban casados o eran inhallables ahí. Por el contrario en Buenos Aires hay muchos, dijo, y aunque no consiga ninguno, al menos conservo la esperanza de que la ilusión se concrete. Pero en San Luis, ni siquiera puedo vivir con esa esperanza. (Risas). A él le hubiera gustado satisfacer esa ilusión femenina, pero advertía que M+ lo relojeaba distraídamente, así que mientras sonaba Pixies de fondo (“Here comes your man”) él le dijo que tenía pensado viajar a San Luis para buscar mujeres. Ella sonrió y siguió moviendo las caderas al ritmo de la babosa hermafrodita que tenía al lado, ese hombre huidizo que estamos tatando de describir. Como la exponente más bella de la República de Tucumania era una artista de vanguardia, M disimulaba su torpeza para el baile injiriendo pequeñas dosis de alcohol. En cierto momento de la noche se acercó a él algo angustiada y confundida, para susurrar en su oído la siguiente confidencia: Creo que estoy muy borracha. El no pudo más que sonreír a causa de su imborrable acento pronvinciano y sentir aún más ternura hacia ella por ese comentario inocente, ya que la princesa del norte parecía estar exagerando, después de todo no era tanto lo que había tomado. Pero M parecía muy preocupada y él debió actuar como un caballero responsable, sobre todo tratándose de una mujer alcoholizada y ¡con novio! Al rato, M+ hizo aparecer un porro entre sus dedos, confirmando que tenía le monopolio de la magia. «Prendelo», dijo ella, y él cumplió solícitamente su tarea. Hablaron un poco de sus respectivas vidas, los cambios que habían ocurrido desde la última vez que se vieron, y otras boludeces poco importantes en relación a las intenciones que él ocultaba para con ella. Ella comentó que no estaba trabajando y se había convertido al hippismo. “En el sentido de que soy una mantenida” explicó muy oronda. El le preguntó por dos amigos ausentes, a lo que ella respondió que estaban medio desaparecidos porque ahora eran novios. Entonces él pronunció una frase que ella celebró: “La gente se pone medio pelotuda cuando empieza un noviazgo”. Etcétera. Después cayó Ulises, (nombre literario de un peluquero de famosas y manager), quien comunicó la novedad de que estaba musicalizando los poemas de él que más le habían gustado. El poeta se mostró entusiasmado y elogió el emprendimiento. “Cuando quieras te podés venir a un ensayo y si te animás recitás algo” invitó Ulises. Un gesto de alarma recorrió su rostro. “No, no” dijo él. “Yo desafino incluso cuando escribo, imaginate si llego a cantar.” Hacia las cuatro de la mañana, el grupo comenzó a desintregrarse lentamente debido a las ilusiones perdidas de sus componentes. La situación lo desborada y no podía dejar de sentir que los hechos esquivaban sus posibilidades, del mismo modo que la arena se escurre entre los dedos. Nuestro hombrecito parecía confirmar no sólo esa actitud evasiva conocida por todos, sino también comportamientos atávicos conocidos por ellas. Si hay un nombre para aquello que lo define, es esa expresión del liberalismo: laissez faire, laissez passer. Su política era dejar hacer a los otros en el mercado de los afectos y dejar pasar la oferta de oportunidades. Después de todo, en un oscuro lugar de su conciencia, donde casi no abundan las zonas claras, él creía que sólo el mercado de los afectos podía regular el tráfico de las pasiones. Esquivó cuerpos anónimos, caminó por debajo de una escalera y salió a la calle.






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