jueves

Llamen a Moe que Charly está en cualquiera



Puedo ver y decir y sentir:

algo ha cambiado.


Charly García



En “El simulacro”, un cuento de Borges que tiene mucho de fábula, conocemos la historia de un hombre vestido de riguroso luto que, allá por 1952, aparece en un pueblito del Chaco con una obra ambulante. Para la representación fúnebre dispone de una muñeca rubia y una caja de cartón. La escena dura unos minutos, el público se acerca al simulacro del velorio y le dice al hombre enlutado: Mi sentido pésame, General. Frente a esto, el narrador se pregunta:


¿Qué suerte de hombre ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro? La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales.


El relato parece contestar el siguiente interrogante: ¿qué ocurre cuando una vida se desvanece? El narrador nos da una pista: la muerte de Eva es el disparador de la fundación de una “crasa mitología, para el crédulo amor de los arrabales”. Esa muerte hace posible el comienzo del mito en torno a la figura de Eva, y morir constituye el hecho fundamental para convertirse en ícono y leyenda. (Nada más explotado en términos iconográficos que la imagen de Evita por parte el peronismo en cada una de sus variantes.) Ahora bien, la farsa que lleva adelante el personaje que se creía Perón tiene múltiples resonancias, y aquí me interesa comentar sólo una, aquella que hace de esta fábula una historia que se repite una y mil veces no ya con actores de la política, sino con algunos protagonistas del espectáculo local.


¿Qué ocurre cuando un “artista” construye esa mitología (la del rock star, por ejemplo) sin la urgente necesidad de morir a tiempo? ¿Cómo puede alguien sostenerse con elegancia, al menos creativamente, y renunciar a los principios de la anarquía o la transgresión que fueron su sello, luego de coquetear con la muerte y estar condenado a seguir viviendo? Por último, ¿de qué manera responde la figura de Charly García el interrogante acerca de qué ocurre cuando una vida se desvanece en vida? El mismo genio nos da una pista: se vuelve una caricatura, una farsa macabra de sí mismo. ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? Bonus track, ¿Cuánto tiempo le demandará a Charly volver a ser Charly y bajo qué recursos? La respuesta está en la promoción de una vieja canción del antiguo Charly que se difundió como si fuera un tema nuevo del nuevo Charly. Un músico que se plagia a sí mismo, pero a su doble anterior. Esta es la contracara del cuento de Borges. Si en aquella ficción nos encontramos con una persona que simula ser otra: el enlutado que intenta ser Perón; en la realidad que nos ofrece el músico estamos frente a la misma persona que simula ser otra.


Me ahorro el espectáculo de verlo en sus últimos conciertos y confío en la descripción que hacen otros: “García supera todos los límites. Casi no puede cantar y apenas puede moverse. (…) Su cara está inflamada y su mirada ida, pero igual hace cortes de manga —en cámara lenta— como si alguien lo activara desde una consola.”


En este curioso juego de espejos donde una novedad resulta ser, al mismo tiempo, una noticia del pasado, sería reconfortante, incluso maravilloso, que en el devenir de los hechos nuestro rock star del subdesarrollo tenga algo más para decir que no sea simplemente balbucear, implorando la anestesia, say no more. Porque para morir no hace falta más que estar vivo.




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