jueves

Confesiones de un artista de mierda




Debido a su afición a los juegos masculinos, mi hermana siempre empleó palabras de hombres, y cuando se casó por primera vez, lo hizo con un hombre que se ganaba la vida como propietario de una fábrica pequeña de letreros y puertas metálicas. Hasta que le dio un ataque al corazón, fue un tipo duro. Los dos solían subir y bajar por los riscos de Point Reyes, por la zona en la que viven, en el Condado de Marin, y durante un tiempo tuvieron dos caballos árabes en los que cabalgaban. Extrañamente, sufrió el ataque al corazón jugando al badmington, un juego de niños. El pajarito pasó por encima de su cabeza —era un tiro de Fay— y él corrió hacia atrás, tropezó con un agujero de una ardilla y cayó de espaldas. Luego se levantó, soltó unas cuantas maldiciones vehementes cuando vio que su raqueta se había roto por la mitad, se dirigió a la casa para coger otra, y tuvo el ataque al corazón precisamente cuando volvió a salir al patio.

Por supuesto, él y Fay habían estado peleando, como de costumbre, y eso pudo haber tenido algo que ver. Cuando se enfurecía no tenía control sobre el lenguaje que empleaba, y Fay siempre había sido igual, no por emplear sólo palabras soeces, sino por la elección indiscriminada de insultos, que se lanzaban a sus puntos débiles, diciendo cualquier cosa que pudiera hacer daño, fuera o no verdad... en otras palabras, diciendo cualquier cosa, y en voz alta, de modo que sus dos hijas les oyeran con claridad. Incluso en su conversación normal, Charley siempre había sido malhablado, algo que cabe esperar de un hombre que creció en un pueblo de Colorado. Y Fay siempre disfrutó con su lenguaje. Los dos formaban toda una pareja. Recuerdo que un día estábamos los tres en su patio, disfrutando del sol, y yo comenté algo, creo que tenía que ver con el viaje espacial, y Charley me dijo:

—Isidore, sí que eres un artista de mierda.

Fay se rió, porque me dolió mucho. A ella le daba lo mismo que yo fuera su hermano; no le importaba a quién insultaba Charley. La ironía de un patán como ése, de un ignorante barrigudo y bebedor de cerveza del medio-oeste que nunca terminó la escuela secundaria, llamándome un «artista de mierda» se quedó en mi cabeza e hizo que eligiera el título irónico para este trabajo. Puedo ver claramente a todos los Charley Hume del mundo, con sus radios portátiles sintonizadas en los bailes de los Giants, con un cigarro enorme colgando de sus bocas, y esa expresión apagada y vacía en sus gordas y rojas caras... Y son esos patanes los que dirigen este país y sus industrias más importantes, el ejército y la marina, de hecho, todo. Para mí es un misterio eterno. Charley sólo empleaba a siete tipos en su fundición, pero pensad en ello: siete seres humanos que dependían de un granjero como ese para su subsistencia. Un hombre semejante, en una posición en la que pudiera limpiarse la nariz sobre el resto de nosotros, sobre cualquiera que tuviera sensibilidad o talento.



Philip Dick


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