martes

Las fiestas infantiles


Son pocos los que asisten sin obsequios a las celebraciones. En todo caso nunca son tratados igual.



Mientras va haciendo efecto la pastilla del asma, lo único que permanece fijo en mi mente es el recuerdo de la brillante camisa de mi padre. También la figura del capitán Ahab luchando contra la ballena blanca. No recuerdo dónde he conocido la historia. Quizá me la he leído en alguna parte o tal vez alguien me ha contado la anécdota principal. Mi madre no me ha pedido que me ponga el pijama ni que me despoje del brazo ortopédico. El brazo, se llama. Colócate el brazo, quítate el brazo, ¿dónde has dejado el brazo? No asustes a los niños con el brazo. En efecto, a partir del mal uso del aparato cada vez me invitan menos a las fiestas infantiles. En una ocasión se perdió, no el brazo sino el guantecillo mullido que hacía de mano. ¿Quién se lo pudo llevar? Menos mal que en casa conservo uno de repuesto. Mi preocupación no radicó tanto en dónde podía estar la mano, sino en que la fiesta del niño de pronto cambió de rumbo y la misión principal de los adultos invitados no fue ya celebrar el cumpleaños sino ponerse a buscar el dichoso guantecillo. Demás está decir que nunca seré invitado nuevamente, ni a esa ni a ninguna otra casa.




Mario Bellatín

La escuela del dolor humano de Sechuán


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