martes

Meditaciones perrunas





Mi perro debe ser, si no el único, el primer perro comunista de la historia. Durante sus primeros años, fui el único responsable de su educación doctrinaria, que no estuvo exenta de problemas, ya que debí sobreponerme a la conducta dispersa de un labrador. Grandes esfuerzos he tenido que realizar para combinar sus horas de estudio con los pocos minutos que le dejé para jugar con la pelotita u otras distracciones inútiles. No pasó mucho tiempo hasta que el can, aún cachorro, comenzó a lucir el fruto de mis enseñanzas. Al año sabía la definición del concepto de plusvalía y a los dos años recitaba de memoria algunos pasajes memorables de
El 18 brumario de Luis Bonaparte. Meses después se abocó a la lectura de las obras de Engels y elaboró, fruto del fervor juvenil, anotaciones al márgen, profusas en faltas de ortografía.

Lamento que un detalle de su persona – su nombre- no refleje la naturaleza de sus costumbres. Yo hubiera querido que se llamara “Lenin”, pero mi familia rechazó con argumentos de derecha ese nombre tan singular. Entonces me decidí por un nombre más prosaico, al que llegué luego de largas meditaciones, “Coco”. Pero volvieron a rechazarlo porque a mi madre le recordaba a un familiar lejano y algo estúpido, es cierto, que respondía a ese mismo apodo. Finalmente, el nombre de mi perro comunista fue Roco, y aunque eso no me enorgullece, al menos me motiva que sea el único negro que no se haya pasado al peronismo. Después de todo, he tenido que luchar, no sólo contra la naturaleza misma del animal, sino también contra la ideología de mi propia familia, para que éste no cometiera ese grave error que, tarde o temprano, lamentaría.

Con motivo de mi mudanza a un departamento del centro, la educación del perro quedó en manos de mi madre y, durante esos cinco años, el animal – me refiero al perro- cambió radicalmente los contenidos de su aprendizaje. Empezó a recibir un cariño desmedido, caricias en abundancia, y fue saciado en todos sus caprichos. Mi madre le daba tostaditas con mermelada durante el desayuno, inclusó llegó a probar su primer café con leche que luego se tansformó en costumbre. Lejos quedaron los tiempos en que se declaraba en huelga de hambre porque no le gustaba la comida balnceada, y luchaba por sus derechos perrunos. Ahora se conforma con cualquier menudencia, ravioles, ensaladitas y frutas variadas, más apropiada al paladar humano que al gusto de un perro comunista. Cuando regresé al calor del hogar, a causa de una crisis que no pude afrontar solo, la educación del can a cargo de mi madre había llegado a un nivel de absurdo tan grande que un ser humano acercaba su cabeza a la del perro, y éste le daba besitos en la oreja. Intenté remediar esta grave desviación volviendo su carácter más agresivo. Intercambié la pelotita por un ladrillo y todas las mañanas lo entreno para que le tire piedras a la policía. Debo decir que avanzamos rápidamente ante la cantidad de oportunidades que la realidad nos ofrece.

Por los duros tiempos que corren, es muy común que el animal sonría y mueva la cola en demanda de un hueso o, pero aún, de una galletita, cosa que antes hacía en demanda de un libro de mi biblioteca. Olvidado en su memoria ha quedado el recuerdo de la lectura de panfletos doctrinarios y del Código Civil. Ahora en su cuello lleva un collar –logré que sea de color rojo- y sus movimientos pueden ser sometidos a la voluntad del hombre que lo sujeta, el patrón, con lo que ha perdido no sólo su libertad de movimiento, sino también su libertad de acción.
Valgan estas palabras como prueba de la enorme pena que he tenido que asumir al comprobar ahora que mi perro se parece más a un perro que a otra cosa.



domingo

Fragmento de un diario de infierno



En el espacio de ese minuto que dura la iluminación de una mentira, me fabrico un pensamiento de evasión, me lanzo sobre una falsa pista señalada por mi sangre. Cierro los ojos de mi inteligencia, y dejando hablar en mí lo informulado, me concedo la ilusión de un sistema cuyos términos me escaparían. Pero de este minuto de error me queda el sentimiento de haber arrebatado a lo desconocido algo real. Creo en los conjuros espontáneos. Sobre las rutas por la cuales mi sangre me arrastra no puede ser que un día yo no encuentre una verdad.



Antonin Artaud



sábado

Bin Laden y los supermercados chinos


(diálogos absurdos con el almacenero, donde nos tomamos la libertad de decir cualquier cosa siempre y cuando no haya ningún otro cliente)


El viernes a la noche cruzo al almacén de enfrente para comprar puchos y una cerveza antes de que cierre, a fin de evitarme el camino más largo hasta el superchino que, naturalmente, cierra dos horas más tarde.

El almacén, como de costumbre, está vacío. Me atiende Leo, que está mirando la televisión en la sintonía de CNN, lo que es una novedad ya que en general mira C5N.

- El mundo se va a la mierda- dice.

- Para mí se fue a la mierda hace rato.

- Parece que Estados Unidos va a explotar en cualquier momento- advierte.

- Eso sí que me gustaría verlo.

-…

- No veo la hora de que explote por los aires, literalmente.- digo.

- Nooooooooooo- exclama el almacenero- Eso sí que no, sino estamos en manos de los malos. ¿Como se llama el de barba?

- …

- ¡Bin Laden! – grita- Bin Laden.

Al borde de la desesperación y viendo por qué lado viene la cosa, le digo:

- Leo, Bin Laden no existe. A vos no te hizo nada y a mí tampoco, ni antes ni después de la torres gemelas. Además si vos creés que en Medio Oriente están los malos, estás cayendo en el jueguito de los yanquis, eso de que ellos son los buenos y los malos son los tipos con turbante. Esa no se la cree ni mi abuela, que cree un montón de boludeces. Me extraña, Leo.

- Noooooo – exclama nuevamente- Si Estados Unidos se cae, el mundo queda en mano de los terroristas y todo se va a la mierda. No nos salva nadie si ellos tienen el poder.

- Leo, vos te creés todo lo que dicen el la tele- Me pongo didáctico-. Los que tienen el poder ahora son los yanquis y muy bien no estamos. Además son los únicos que no ocultan su costado imperialista. Tienen un ejército de la puta madre, invaden todos los países que se le cantan las bolas, y matan gente por todos lados. Y es más que evidente que se quieren quedar con el petróleo, porque si no, no tiran ni un petardo en Irak, Afganistan y Pakistán.

-Eso del petróleo es un invento- afirma-. Si ya hay países como Francia y Alemania que están probando con la energía solar, y hay autos que andan así.

- ¿Energía solar? - pregunto.

-Sí- confirma mi almecenero.

- Por cada mil autos a nafta, se producen cien a diesel, y uno a energía solar, Leo.

- No te creas- dice.

- Que yo sepa en Estados Unidos el sol también sale, asi que no habría ningun problema que vendan autos a energía solar. El problema es que a Estados Unidos la energía solar le chupa tres huevos, porque ellos necesitan el petróleo que, obviamente, no tienen. No te olvides que la familia Bush, esos hijos de remilputas, tienen empresas petroleras o vinculadas al petróleo, y saben que la torta está en otro lado, Sri Lanka, si querés, pero no en EE.UU. Por eso invadieron medio oriente cuando estuvieron en el poder.

- Entonces, para vos, si Estados Unidos se va a la mierda definitivamente , ¿quién se queda con la manija del poder?

- Yo qué sé – le digo-. A lo mejor queda en manos de los rusos o de los ingleses o de los chinos… No tengo idea, pero seguro que cualquiera de esos es mejor que los yanquis.

- ¡Los chinos!- exclama.- No, por dios. Si los chinos tienen la manija, llenan el mundo con supermercados. Dejame de joder con los chinos. Estoy fundido por los chinos. Me tienen los huevos al plato los chinos. Para eso me quedo con los yanquis-. Concluye.





jueves

La balada de Bruno S. (1977)


Hay películas que puedo volver a ver una cantidad de veces sin que por eso decaiga el fervor de esa primera vez en que coincidimos y yo fui su espectador. Ya sea por la simpleza de su argumento, la calidad de sus actores o la destreza del director para sumergirme en las imágenes, una vez que estoy frente a esas maravillas del cine (llevado por el zapping y el azar de la programación de los canales de cable) me entrego sin resistencia a lo que ya sé va a depararme esa hora y media que tengo por delante. Esas películas raramente se dan cita en la progresiva decadencia del cable, pero no es imposible que ocurra. Obras como El inquilino (Polanski), El resplandor (Kubrick), Sed de mal (Wells), Taxi driver (Scorsese), Codigo 46 (Winterbottom), La soga (Hitchcock) conforman esa breve filmografía que trae aire fresco (o no tanto) a la televisión paga. El fin de semana pasado, esa sana rareza fue La balada de Bruno S. (Stroszek, en el original) de Werner Herzog.

Uno de los elementos que hace de este film una historia fascinante es la actuación de Bruno Schlierstein en el rol protagónico. Herzog vio a este actor en un documental de 1970, y lo convocó para protagonizar El enigma de Kaspar Hauser (1974), donde interpretó con maestría a un personaje más comlejo que el propio Stroszek. Un breve repaso por su biografía permite comprender por qué su labor resulta perfecta para encarnar personajes extraños, con cierto retraso, mirada esquiva, y reflexiones agudas en medio de la desesperación. Bruno Schlierstein era el hijo de una prostituta que lo golpeaba durante su infancia lo que le dejó una sordera momentánea; y pasó por diferentes reformatorios y hospitales mentales hasta los veinte años. La naturalidad con que desarrolla sus personajes nos hace pensar que Bruno S. no actúa, sino que interpreta la vida de Bruno Schlierstein. Por eso no es casual que Herzog usara en el título del film las iniciales del actor para referirse al personaje, y filmara en la casa del actor las costumbres domésticas del personaje.

La balada de Bruno S. (1977) comienza cuando Bruno sale de la cárcel y se encuentra en un bar con una vieja amiga a quien lleva a vivir a su casa, tratando de mantenerla a salvo de dos matones que la desprecian. Esta decisión origina la violencia de esos dos hombres que encuentran el domicilio de Bruno, y golpean al protagonista y luego a Eva. Una vez que esta situación se hace insoportable, ambos aceptan la propuesta de un vecino de viajar los tres a Estados Unidos, escapando de una forma de violencia física para encontrar otro tipo de crueldad.

Cuando llegan a América, Eva comienza a trabajar en un bar (ella es la única que habla inglés de los tres) pero Bruno y el anciano permanecen desocupados. A pesar de esto, logran comprar una casa que ocuparán por poco tiempo, ya que no podrán pagar las cuotas del crédito y finalmente el Banco remata el inmueble. Eva comienza a prostituirse y decide abandonar a Bruno por un cliente. Empujados por la desesperación de no poder adapatarse a las nuevas condiciones de ese país, Bruno y el anciano llevan adelante un robo con previsibles consecuencias.

Hay dos escenas que permiten comprender aquello que Herzog intenta mostrar con la historia. Una está dada por el momento en que el empleado del banco se presenta en la casa de los protagosnistas para decirles, con una sonrisa en su rostro y una amabilidad decididamente didáctica, que si no pagan las cuotas del préstamo debe llevarse el televisor. Hecho que no se consuma porque Eva desembolsa el dinero que adquirió prostituyéndose. Con la misma actitud se presentará dicho empleado para pedirle a Bruno que firme la orden de remate de su casa. Pero la escena clave del film es cuando Bruno, mostrándole a Eva una escultura sobre cómo se siente, le explica que “están cerrando todas las puertas delante de él y de la manera mas educada posible” a lo que Eva responde que nadie está dándole patadas, y Bruno replica: “No, no físicamente. Aquí lo hacen espiritualmente… Hoy el daño se hace de otra manera. Lo hacen de manera educada y con una sonrisa.”

Este es, a mi entender, el núcleo de la historia, la forma en que los hechos dan cuenta de un tipo de violencia solapada, oculta, que se expresa con la mayor delicadeza posible y que no deja de ser tan efectiva como la violencia física, ante todos aquellos que no comprendan la forma de alcanzar el sueño americano.



Confesiones de un artista de mierda




Debido a su afición a los juegos masculinos, mi hermana siempre empleó palabras de hombres, y cuando se casó por primera vez, lo hizo con un hombre que se ganaba la vida como propietario de una fábrica pequeña de letreros y puertas metálicas. Hasta que le dio un ataque al corazón, fue un tipo duro. Los dos solían subir y bajar por los riscos de Point Reyes, por la zona en la que viven, en el Condado de Marin, y durante un tiempo tuvieron dos caballos árabes en los que cabalgaban. Extrañamente, sufrió el ataque al corazón jugando al badmington, un juego de niños. El pajarito pasó por encima de su cabeza —era un tiro de Fay— y él corrió hacia atrás, tropezó con un agujero de una ardilla y cayó de espaldas. Luego se levantó, soltó unas cuantas maldiciones vehementes cuando vio que su raqueta se había roto por la mitad, se dirigió a la casa para coger otra, y tuvo el ataque al corazón precisamente cuando volvió a salir al patio.

Por supuesto, él y Fay habían estado peleando, como de costumbre, y eso pudo haber tenido algo que ver. Cuando se enfurecía no tenía control sobre el lenguaje que empleaba, y Fay siempre había sido igual, no por emplear sólo palabras soeces, sino por la elección indiscriminada de insultos, que se lanzaban a sus puntos débiles, diciendo cualquier cosa que pudiera hacer daño, fuera o no verdad... en otras palabras, diciendo cualquier cosa, y en voz alta, de modo que sus dos hijas les oyeran con claridad. Incluso en su conversación normal, Charley siempre había sido malhablado, algo que cabe esperar de un hombre que creció en un pueblo de Colorado. Y Fay siempre disfrutó con su lenguaje. Los dos formaban toda una pareja. Recuerdo que un día estábamos los tres en su patio, disfrutando del sol, y yo comenté algo, creo que tenía que ver con el viaje espacial, y Charley me dijo:

—Isidore, sí que eres un artista de mierda.

Fay se rió, porque me dolió mucho. A ella le daba lo mismo que yo fuera su hermano; no le importaba a quién insultaba Charley. La ironía de un patán como ése, de un ignorante barrigudo y bebedor de cerveza del medio-oeste que nunca terminó la escuela secundaria, llamándome un «artista de mierda» se quedó en mi cabeza e hizo que eligiera el título irónico para este trabajo. Puedo ver claramente a todos los Charley Hume del mundo, con sus radios portátiles sintonizadas en los bailes de los Giants, con un cigarro enorme colgando de sus bocas, y esa expresión apagada y vacía en sus gordas y rojas caras... Y son esos patanes los que dirigen este país y sus industrias más importantes, el ejército y la marina, de hecho, todo. Para mí es un misterio eterno. Charley sólo empleaba a siete tipos en su fundición, pero pensad en ello: siete seres humanos que dependían de un granjero como ese para su subsistencia. Un hombre semejante, en una posición en la que pudiera limpiarse la nariz sobre el resto de nosotros, sobre cualquiera que tuviera sensibilidad o talento.



Philip Dick


martes

Las fiestas infantiles


Son pocos los que asisten sin obsequios a las celebraciones. En todo caso nunca son tratados igual.



Mientras va haciendo efecto la pastilla del asma, lo único que permanece fijo en mi mente es el recuerdo de la brillante camisa de mi padre. También la figura del capitán Ahab luchando contra la ballena blanca. No recuerdo dónde he conocido la historia. Quizá me la he leído en alguna parte o tal vez alguien me ha contado la anécdota principal. Mi madre no me ha pedido que me ponga el pijama ni que me despoje del brazo ortopédico. El brazo, se llama. Colócate el brazo, quítate el brazo, ¿dónde has dejado el brazo? No asustes a los niños con el brazo. En efecto, a partir del mal uso del aparato cada vez me invitan menos a las fiestas infantiles. En una ocasión se perdió, no el brazo sino el guantecillo mullido que hacía de mano. ¿Quién se lo pudo llevar? Menos mal que en casa conservo uno de repuesto. Mi preocupación no radicó tanto en dónde podía estar la mano, sino en que la fiesta del niño de pronto cambió de rumbo y la misión principal de los adultos invitados no fue ya celebrar el cumpleaños sino ponerse a buscar el dichoso guantecillo. Demás está decir que nunca seré invitado nuevamente, ni a esa ni a ninguna otra casa.




Mario Bellatín

La escuela del dolor humano de Sechuán


sábado

La figura incuestionable



Recomiendo la lectura de la entrevista completa a Martín Caparros en el marco de las charlas de Eterna Cadencia, donde el autor de La voluntad expresa un concepto con el que estoy de acuerdo sin que por eso un visitante desprevenido deba incluirme en el bando de los malos.

Patricio Zunini: ¿La figura del militante alcanzó llegar a un lugar donde no se la puede discutir?

Martín Caparrós: Más que la figura del militante, la que es totalmente incuestionable es la figura del desaparecido. Yo ahí decía, entre otras cosas –y eso me acuerdo– que los desaparecidos no eran ni mejores ni peores que otros. Que en muchos casos eran gente como otros militantes, como otros tururú, que tuvieron quizá menos suerte, más obcecación, más arrojo o lo que sea. Pero frente a esta idea de que murieron los mejores, eso me parece realmente una estupidez. Trataba de sostener por qué no estoy de acuerdo con esa idea.

Los desaparecidos son un tótem muy difícil de tocar. El militante, como figura, es menos operativo. Menos operativo a la realidad contemporánea. En cambio el desaparecido es muy operativo, es el límite de la discusión. Aquello que se puede usar para justificar ciertas cosas porque es indiscutible. Porque casi nadie se atreve a poner en cuestión a las víctimas. También había una especie de discusión sobre la idea de victimización. Yo pensaba que una de las razones por las que no hubo venganza es porque es mucho más fácil y productivo ser víctima que ser vengador. Y que una cantidad de gente de algún modo lo entendió. No digo que esté mal ser víctima, ni que esté bien ser vengador, ni viceversa. Tratando de entender el mecanismo.




jueves

Las afinidades electivas

Tres poemas. Living la vida rota.

martes

El discurso vacío


22 de diciembre de 1989


Aquello que hay en mí, que no soy y que busco.

Aquello que hay en mí, y que a veces pienso que

también soy yo, y no encuentro.

Aquello que aparece porque sí, brilla un instante y luego

se va por años

y años.

Aquello que yo también olvido.

Aquello

próximo al amor, que no es exactamente amor;

que podría confundirse con la libertad,

con la verdad

con la absoluta identidad de ser

-y que no puede, sin embargo, ser contenido de palabras

pensado en conceptos

no puede ser siquiera recordado como es.

Es lo que es, y no es mío, y a veces está en mí

(muy pocas veces); y cuando está,

se acuerda de sí mismo

lo recuerdo y lo pienso y lo conozco.

Es inútil buscarlo, cuanto más se lo busca

más remoto parece, más se esconde.

Es preciso olvidarlo por completo,

llegar casi al suicidio

(porque sin ello la vida no vale)

(porque los que no conocieron aquello creen que la

[vida no vale)

(por eso el mundo rechina cuando gira)

Éste es mi mal, y mi razón de ser.





Mario Levrero

El discurso vacío, Interzona, 2006.




jueves

Inseguridad

Un ladrón asaltó al modisto Roberto Piazza y amenazó con violarlo, no obstante, Rober, esta vez se resistió. Horas más tarde -ante las cámaras de los noticieros- maldijo la justicia argentina, exigió la pena de muerte y expresó otras boludeces fuera de tono.

domingo

Fútbol, violencia y literatura

Por Martín Kohan
para Perfil

(...)

La frecuentación de los cuentos de Borges nos alienta a razonar que estas dos historias en verdad son una sola. La historia del barrabrava que se convierte en agente de seguridad y la historia del policía que se convierte en barrabrava se corresponden como en un espejo: son una sola y misma historia contada en su anverso y su reverso. Ya sabemos en qué consiste la utopía del Estado argentino respecto de la violencia popular: convertir al gaucho malo en gaucho bueno, sosegarlo, domarlo, amainarlo, hacer de un Juan Moreira un Segundo Sombra. Por eso se consiguió en definitiva la casi unánime exaltación de Martín Fierro: el gaucho rebelde de ida, el gaucho obediente de vuelta; el gaucho delictivo de ida, el gaucho trabajador de vuelta; el gaucho quejoso de ida, el gaucho consejero de vuelta. Una historia de domesticación: la violencia popular neutralizada.

(...)

la nota completa acá.

miércoles

Cada vez que voy a comprar un libro


termino comprando otro que no fui a buscar. Esto me pasa porque el libro buscado está a un precio imposible para mi economía filoindigente o agotado en la librería Hernández, que para mí es la mejor librería de Buenos Aires. Como la vez que fui a comprar Los detectives salvajes (de Bolaño) y terminé comprando El dicurso vacío, de Levrero, lectura que disfruté muchísimo. O la vez que fui a comprar Lecciones para una liebre muerta, de Bellatin, y terminé comprando La conspiración de los porteros, de Ricardo Colautti.
Esta vez fui a comprar el libro de un autor argentino, editado recientemente, que al final no compré porque estaba editado por Anagrama, que es para mí la editorial más cara del mundo con el mejor catálogo. La segunda opción era conseguir Apuntes de un voyeur melancólico, de Mario Levrero, que obviamente no tenían. Entre las cosas interesantes que vi, estaba Aquende de Juan Filloy, y muchas de sus novelas reeditadas; En la frontera de Cormac Mc Carty, y El curioso incidente del perro a medianoche (Mark Hoddon). Pero me llevé La niña del pelo raro (Girl with curious hair) un libro de cuentos de David Foster Wallace, con una traducción mexicana, lo que ya es decir mucho, a 32 pesos, una ganga. El primer cuento (“animalitos inexpresivos”) ampieza así:

Es 1976. El cielo está encapotado y lleno de nubes grises. Son unas nubes bulbosas, arrugadas y brillantes. El cielo parece un cerebro. Debajo del cielo hay un campo azotado por el viento. Una autopista blanquecina se extiende junto al campo. Pasan muchos coches. Uno de los coches se detiene al lado de la autopista. Dos niños pequeños salen del coche, acompañados por una mujer joven con cara de palo. Al volante hay un hombre que mira fijamente hacia delante. Los niños están callados y tienen la piel muy pálida. La mujer lleva algo pesado dentro de una bolsa de compras. Sostiene la bolsa con cara inexpresiva. Lleva a los niños pálidos y la bolsa hasta el poste de una cerca de madera que hay en el campo, junto a la autopista. Los niños tienen las manos pequeñas y las colocan sobre el poste. La mujer les dice que sigan tocando el poste hasta que vuelva el coche. Ella entra en el coche y se marcha. Hay una vaca en el campo, junto a la cerca. Los niños tocan el poste. El viento sopla. Se quedan allí todo el día.


La piedra filosofal y el poeta rengo


Esta mañana en el tren estaban los tres ex combatientes de Malvinas que pasan siempre. Mientras dos repartían pulseras con los colores de la bandera argentina a todos los pasajeros, el otro, parado en medio del vagón, explicó que tenían que hacer eso porque el dinero que les daba el Estado era una vergüenza, y que había muchos compañeros en la lona, y que a casi 30 años de la guerra todavía siguen mendigando porque no tienen ningún reconocimiento público, y que las pulseritas que repartían no tenían precio porque eran a voluntad, y también pidió que tuviéramos la amabilidad de recibir las banderitas y no mirar para otro lado como hacen muchos, etc. Cuando terminó de hablar, ya los otros estaban recogiendo las banderitas y las pocas monedas que les daba la gente. Todavía no se habían ido del vagón, y apareció un vendedor ambulante (de esos que te dan ganas de matar ahí mismo), con unas piedritas imantadas que tiraba hacia arriba y volvían a su mando todas juntas al grito de: “Mire lo que le vengo a ofrecer. La piedra filosofal de Harry Poter, la de la propaganda televisiva. A dos pesitos nada más.” Y repetía “la piedra filosofal de Harry Poter” y la gente se la sacaba de las manos, las miraban tratando de descubrir el milagro que las juntaba. Vendió un montón de piedras filosofales. Aunque él y la gente no tenían la más puta idea de qué era la piedra filosofal. O a lo mejor sí. Tal vez yo estaba equivocado y la piedra filosofal era esa y me perdí la oportunidad de comprarla. Por dos pesitos. Una ganga. Pensé que tenía mi dosis de asombro completamente satisfecha, pero no. A los cinco minutos apareció un tipo con una muleta sola y rengueaba del pie izquierdo. Repartía un poema fotocopiado (ver foto), sin ninguna falta de ortografía, que transcribo a continuación:


NO TE AMO MAS


MENTIRIA DICIENDO QUE

TODAVÍA TE QUIERO COMO SIEMPRE TE QUISE

TENGO LA CERTEZA QUE

NADA FUE EN VANO

SIENTO DENTRO DE MI QUE

VOS NO SIGNIFICAS NADA

NO PODRIA DECIR JAMAS QUE

ALIMENTO MI GRAN AMOR

SIENTO CADA VEZ MAS QUE

¡YA TE OLVIDE!

Y JAMAS USARE LA FRASE

¡YO TE AMO!

LO SIENTO PERO DEBO DECIR LA VERDAD

ES MUY TARDE


AHORA LEE DE ABAJO PARA ARRIBA.