miércoles

Musulmanes...

Un amigo me prestó Musulmanes, de Mariano Dorr. Digo me prestó porque no me lo recomendó (es un libro malo, aclaró). Trata acerca del intento (ciertamente frustrado y frustrante) del narrador para dejar la cocaína ante el nacimiento inminente de su hija. Es una novela con forma de diario, el recurso más explotado cuando no se puede escribir una novela como Dios (en este caso Alá) manda. El discurso vacío, de Mario Levrero, por ejemplo, es un sana excepción al caso. Musulmanes no es un manual de autoayuda, por suerte, y justamente por eso tuve ganas de llamar a Lucky. Esa debe ser la causa, además de las literarias, por las que a mi amigo, que está intentando sin éxito dejar la xp, la historia le pareció una cagada. De las 120 páginas que tiene, rescaté un párrafo. Acá va.


La noche anterior al nacimiento de Margarita me quedé solo en el living del departamento. Martina se durmió respetando las horas del ayuno; intenté hacer lo mismo que ella, pero me duró poco. Me habré preparado un caño, no estoy seguro. Me senté en el sillón del living a pensar en lo que venía. En unas horas salíamos para el Italiano; lamenté no ser capaz de descansar. Al mismo tiempo, fue importante para mí quedarme solo y discutir conmigo mismo: ¿cómo es posible que ésta –y ninguna otra- sea la noche anterior al nacimiento de mi hija? Tuve una extraña revelación: todos somos viajeros en el tiempo… lo que llamamos presente es, en realidad, una segunda oportunidad que se nos ofrece desde un futuro más o menos negro. A oscuras, supe que si era la última noche, la inverosímil noche previa al nacimiento de mi primera hija, entonces, se trataba indudablemente de una especie de milagro al natu. Desde ese momento, tengo la sensación de estar viviendo en un pasado mejor. Las hijas nacen y crecen y se pierden en un presente ajeno. Sin embargo Margarita, esa noche, era todavía, para nosotros, el futuro, y Martina y yo la teníamos tan presente que, inconscientemente, algo se nos estaba escapando de las manos, y por más que sumara los días de mi vida y dieran justo con el calendario de Eva Perón colgado en la cocina, no podía entender esas horas previas a la cesárea sino como el pasado más remoto. Y ese momento se daba de hecho. Me convencí: todo esto pasó hace muchos, muchos años, y ahora vuelve otra vez, como en un sueño… Y si de repente despertásemos, quién sabe dónde estarían las cosas, en qué estaríamos Martina y yo, perdidos de la mente, siguiendo con la mirada alguna bolsa voladora, como en American Beauty, pero en nuestro caso sería una bolsa negra de merluza fresca y cocinada en el Once. Si esto llegase a ocurrir, si realmente todo fuera una quimera… si la muñequita fuera tan solo el efecto de un sueño profundo después de una noche violenta… entonces sí, nos animaríamos –por primera vez- a soñar sabiendo que soñamos.



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