lunes

La condesa sangrienta


Erzsébet fascinaba. Y la fascinación de una belleza joven y turbadora nunca cansa. La forma peculiar de bajar los párpados de oscuras pestañas, de inclinar sobre la gran gola tiesa el óvalo de la mejilla; y el contorno de aquella boca, ese contorno que el tiempo casi ha borrado en su retrato… Cuando aparecía, seducía e inspiraba temor. Las demás mujeres no eran nada a su lado, pues era bruja y loba noble. Si hubiera sido de temperamento alegre, las cosas habrían sido diferentes, pero sus escasas palabras sólo expresaban desafío, mando, sarcasmo. ¿Qué puede hacerse con mujeres así, como no sea adornarlas, acorazarlas con rígidos rasos y perlas? Ningún amor iba nunca hacia Erzsébet. Sólo sus nodrizas y brujas, fieles a sus instintos primitivos, le habían consagrado un culto y despreciaban al resto de la humanidad.

Sin embargo, Erzsérbet estaba segura de su derecho: un derecho fundado en la peligrosa y fatal magia de las savias vegetales y de la sangre humana, un derecho nacido de la rosa de los vientos y contra el cual nadie puede nada. Las brujas del bosque la hacían vivir en el corazón de un mundo sin relación alguna con el mundo real. Más adelante, sintiendo crecer en su interior el deseo de inmolarlas, pensaba de las jóvenes:

«Su sangre no las llevará más allá; la que va a vivir ahora de ella soy yo, otra yo; seguiré su camino, su camino de juventud que las conducía a la maravillosa libertad de gustar. Por su camino, que yo hago mío con trampas, llegaré al amor. Conservadme joven, aceites que tenéis la flexibilidad de las flores. Ya que existís realmente, como yo existo, gotas secretas conservadas en la palma de las manos de hadas, en la cáscara de las bellotas, en la unión de dos hojas donde se baña el insecto, puesto que existís, ¡oh secretos, mezclaos, acudid en mi ayuda! No sé de dónde vengo, de verdad que no sé de dónde vengo, soy incapaz de imaginar de dónde vengo. Vosotros, que no conocéis vuestro extraño poder, vosotros, que habéis nacido tal y como sois, conservadme tal y como soy. Pues no sé de dónde vengo, no sé adónde voy: estoy aquí.»


Valentine Penrose

La condesa sangrienta, Ediciones Siruela, Madrid, 1996.



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