Y los hombres tristes, los solitario, los malcasados se arrodillan en garajes, cuartos de baño y moteles, y piden a Dios que los ayude a comprender su necesidad de amor. Son todos ateos (…) ¿Por qué esos hombres, adultos e inteligentes, se comportan de manera tan ridícula? Es como si el dolor los obligara a arrodillarse.
John Cheever, Diarios
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